Nadie duda que ser turista es un privilegio, una experiencia que todos queremos tener y repetir. Pero, todo parece indicar que ser migrante debe ser una pesadilla, una de las mayores tragedias que puede vivir una persona y su familia.
Así de fuerte y clara es la conclusión a la que se llega por fuerza de los acontecimientos que a diario viven cientos de millones de personas que han tenido que abandonar sus países de origen o residencia permanente, para escapar de la violencia, el hambre y la miseria.
Estamos en un planeta sobrepoblado, sin espacios libres para nuevos asentamientos que hace difícil, por no decir imposible, encontrar un lugar seguro y amable en donde tener un nuevo hogar y trabajo.
Lo anterior contrasta con el panorama de hace un par de siglos atrás, cuando muchos países, incluso de Latinoamérica, invitaban a los sobrevivientes de catástrofes o guerras a poblar sus espacios. Chile fue uno de esos países y por ello, no nos extrañan las colonias de europeos que viven en él. Hoy sólo quedan los cascos polares, que pese a sus condiciones climáticas, pronto comenzarán a poblarse.
En el pasado fue grato escuchar las noticias de la llegada de nuevos colonos, aunque no siempre fue cálido y multitudinario su recibimiento. La invitación ha sido para asentamientos en lugares "inaccesibles" y ocupar cargos "repudiados" por los nativos. Es difícil para un extranjero recibir una remuneración por su trabajo igual a la de un nativo. Son rezagos de un pasado, dicen algunos, los más sensatos, pero la inmensa mayoría ven los migrantes como un problema, toda vez que consideran que presionan a la baja sus remuneraciones y compiten por sus puestos de trabajo. Muchos empresarios, especialmente los más pequeños, ven en los migrantes una oportunidad para disminuir sus costos de operación. Otros, menos escrupulosos, se aprovechan de su frágil condición para exigir pagos exorbitantes por la prestación de servicios básicos, como el valor del arrendamiento por un lugar para vivir. Para no mencionar el grosero aprovechamiento que hace la clase política, que pelea a conveniencia la participación o no de los migrantes en cada proceso electoral.
Dicho lo anterior y "poniendo la pelota al piso", es justo reconocer la preocupación de los habitantes de los países anfitriones con la llegada sin control de migrantes, principalmente provenientes de países con regímenes totalitarios o capturados por organizaciones criminales, con autoridades pusilánimes, ineficientes, abusadores de poder y/o corruptos, como tantos que hay en Latinoamérica.
Los europeos están preocupados con la "invasión" de migrantes provenientes de las guerras y conflictos internos que están sucediendo en países de otros continentes. Tampoco olvidemos que hay ciudades que se sienten agotadas con los turistas, que aunque traen riqueza, los superan con su presencia que invade todos sus espacios, porque "hasta la belleza cansa", como dice el cantor.
Nadie desea salir de su zona de confort, renunciar a su familia, sus amistades, cultura y costumbres. Ningún país al igual que ninguna madre, es mejor que la que nos dio la vida. Los países anfitriones no deberían olvidar esto y ayudar a los migrantes a retornar a sus hogares, no cerrando el ingreso, ni negando la ayuda humanitaria, sino uniéndose con otras naciones para exigir a los gobiernos de los países de origen restablecer la paz y el orden que facilite el retorno a casa de sus habitantes. Por lo demás, esos países de origen, deben hacerse cargo de los costos y eventuales daños, que generan los migrantes en los países anfitriones, porque alguien debe hacerse cargo de las graves consecuencias que genera a otros países el desplazamiento forzado de los cientos de miles de personas y familias. -Rubén Solano
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