domingo, 23 de agosto de 2009

Segunda Lección: Si Anuncian Lluvias…. Debemos Sacar el Paraguas


Las Lecciones del TRANSANTIGO
Segunda Lección: Si Anuncian Lluvias…. Debemos Sacar el Paraguas
Rubén D. Solano S.

En la lección anterior hice referencia a la “sordera” de los planificadores del actual Sistema de Transporte, que hicieron caso omiso a la rica experiencia internacional y a las oportunas recomendaciones de los expertos nacionales y extranjeros, con las consecuencias por todos conocidas.

En esta oportunidad quiero referirme a la actitud de los operadores del transporte público de aquella época, “las micros amarillas”, hoy prácticamente desaparecidos de la escena de esta actividad junto con su potente organización gremial, que en más de una oportunidad paralizó nuestra ciudad y nos hizo muy desagradable nuestro regreso a casa. Si hasta en el flamante Edificio de la calle Catedral, símbolo del poder y la arrogancia de sus dirigentes, hoy espantan…

De todas maneras, esta lección la dejaron los operadores de “micros amarillas” que tenían más de cinco micros, tenían empresas de transporte constituidas y por lo tanto vocación de transportistas, por herencia de familia o por convicción. En consecuencia, excluyo de este análisis y referencia a los propietarios de menos “micros amarillas” que no teniendo poder económico ni siendo socios de ninguna de las empresas existentes, pasaron a formar parte, con el Transantiago, del sector de trabajadores privilegiados con jornada laboral definida, salario fijo, descanso semanal y vinculación a un régimen de salud y previsión social digno, entre otros beneficios. Para este grupo, que representaba el 80% de los propietarios de “micros amarillas”, el cambio llegó como una bendición, al igual que para todos los conductores del antiguo sistema, porque fueron “rescatados” de un régimen de explotación y esclavitud que llevaba más de 50 años. Lo más curioso es que el cambio les llegó a todos por sorpresa y casi contra su voluntad. A tal punto había llegado el “lavado cerebral” de sus dirigentes que ellos tampoco creían en que algo bueno se podía esperar con el nuevo plan de transporte.

El resto de los operadores, los más poderosos, que representaban más o menos el 20% de “las micros amarillas”, con una que otra honrosa excepción, se mantuvo firme contra la propuesta de modernización del transporte de la capital. La propuesta modificaba radicalmente su estilo informal y desordenado, por decir lo menos, de entender la gestión de la actividad del transporte. Sin embargo, debemos reconocer que estos operadores sabían desde un comienzo que el nuevo sistema de transporte que se estaba incubando en el Ministerio del Transporte para reemplazar el de ellos, sería un fracaso.

Lo anterior resultaba obvio, porque para estos “declarados bajo amenaza” por el Estado y la sociedad, que estaban operando un sistema por más de 50 años, que realizaban dentro de la ciudad más de 3.0 millones de viajes al mes, que “cortaban” más de 4.0 millones de “boletos” diariamente, que conocían con exactitud la profundidad y el diámetro de cada hoyo de nuestra Metrópoli, que se batían a duelo el uso de las vías con los automovilistas para llegar a tiempo al destino con el mayor número de pasajeros y que tenían que defender a muerte su dinero de los rufianes en las poblaciones; no podían ser engañados por unos gráficos en power point, presentados por unos Doctores en Transporte, que jamás se habían montado a una “micro”.

El tema es que los “operadores amarillos” nunca se convencieron de sus errores de gestión o nunca supieron como revertir la ineficiencia y mala calidad del servicio que prestaban. Tampoco, jamás creyeron que el Estado fuera a lanzar el Transantiago contra todo pronóstico de fracaso que ya se anunciaba por parte de “moros y cristianos”. Mucho menos, cuando ellos mismos, los operadores, tenían armado un plan de sabotaje. Ya habían tumbado un gobierno, por qué no hacer caer un plan de transporte que amenaza con sacarlos del negocio.

Pero, al igual que los planificadores, los operadores tampoco estuvieron atentos, ni hicieron caso a las señales de lluvia, que desde mucho tiempo atrás se anunciaba y que amenazaba, no solamente con mojarlos, sino con ahogarlos sino se preparaban para evitarlo, modernizando sus empresas, modificando sus estrategias de gestión y prestando un servicio más digno y eficiente a la comunidad.

El punto es que el sistema de transporte ofrecido por las “micros amarillas” no solamente era malo sino perverso, humillante y hasta degradante. Es una verdad que no admitía discusión, porque los usuarios, los conductores, la comunidad, la autoridad, Raimundo y todo el mundo, las odiábamos. El sistema sólo gustaba de unos cuantos dirigentes que profitaban de él, porque hasta la inmensa mayoría de los operadores, que eran dueños de una o dos “micros”, se sentían explotados y “secuestrados” por una dirigencia que hoy sabemos, les tenía controlado hasta la asistencia a eventos de capacitación sobre transporte que no fueran promovidos por ellos. Por eso fracasaron las campañas de empresarización y profesionalización del transporte, en donde se proponía a los operadores capacitarse y ordenarse para prestar un servicio capaz de responder a las exigencias y expectativas de una sociedad que ya se sentía “europea”.

Los operadores de las “micros amarillas”, nunca hicieron nada por cambiar su mala imagen, yo diría que por el contrario, muchos de ellos disfrutaban del temor que sentía la comunidad y de lo fácil que era someterla a una humillación, porque es un servicio indispensable y al usuario sólo le quedaba agradecer que le abrieran la puerta para subirse o bajarse en el lugar correspondiente, lo cual no siempre ocurría.

Por gusto o por ignorancia, los operadores de “las micros amarillas” decidieron hacer el “gallito” con el Estado, apostando por el fracaso del Transantiago. Le dieron la espalda a la modernización de la actividad, no aceptaron asesorías de los profesionales que prometían ordenarlos y convertirlos en verdaderas empresas, para hacer alianzas entre ellos y/o con otros inversionistas nacionales o internacionales, que estaban interesados en ingresar a la industria, y perdieron “pan y pedazo”

Los interrogantes que hoy me hago son:

¿En qué están los operadores del transporte de personas, diferentes al Transantiago, como el transporte escolar, taxi individual, colectivos, rural, interurbano, internacional, de turismo, trabajadores de industria?

¿Estarán preocupados de modernizar y profesionalizar sus empresas, mejorar la calidad de vida de sus conductores y trabajadores, brindar un servicio más eficiente, seguro y de calidad para los usuarios?

Porque una cosa si es clara: los usuarios, los clientes, los consumidores, la comunidad o como quiera llamarles, exigen cada vez más de sus proveedores o distribuidores, el derecho a recibir productos y servicios de calidad.