Se está volviendo cada vez más común, juzgar el pasado con las leyes del presente. Esto es muy similar a quienes pretenden ser generales después de la batalla. Tal vez no sería tan grave esta nueva costumbre de emitir juicios sobre el pasado, de no ser por el aire de arrogancia de quienes los emiten, que parecen estar seguros de obrar de manera diferente de haber vivido en el pasado.
En la crítica que se hace, por ejemplo a la riqueza de la Iglesia Católica, se desconoce el origen y la época de mayor esplendor. Más aún, desconocen la imposibilidad práctica de una eventual "liquidación".
El deseo de la humanidad de comunicarse o halagar a Dios o a un ser que consideran superior, siempre ha estado asociado a la creación de obras gigantescas y esplendorosas, de otra manera no se puede explicar la creación de las Pirámides de Egipto, el Ejército de Terracota y las Líneas de Nazca, entre otros miles de asombrosas obras que se encuentran esparcidas por todo el planeta, creadas desde los principios de la humanidad hasta el presente. Todas estas obras se protegen como parte de un patrimonio invaluable que recuerda una parte de la historia, las creencias y el comportamiento de la humanidad y que nadie, con algo de inteligencia y sensatez, piensa en destruirlas.
La Iglesia Católica forma parte de esa historia milenaria, que a diferencia de muchas otras instituciones todavía existe, sobreviviendo a la destrucción y desaparición de muchas culturas e imperios. Son más dos mil años, de los que ha sido protagonista y testigo de la evolución y el comportamiento de la humanidad. Sobrevivir a cada tiempo ha sido su desafío y mayor lucha que ha dado, tanto a su interior como en el exterior.
En la literatura se lee que la riqueza de la Iglesia Católica se originó en la Edad Media, cuando comenzó a acumular tierras y propiedades a través de donaciones y compras. El Edicto de Milán en 313 D.C. legalizó el cristianismo en el Imperio Romano, lo que permitió a la Iglesia recibir donaciones y propiedades. Con el tiempo, la Iglesia se convirtió en uno de los mayores terratenientes de Europa.
Entre los factores que contribuyeron a la riqueza de la Iglesia Católica están: las donaciones, los impuestos, el comercio y el patrocinio. Y la época de mayor esplendor de esta riqueza fue la Edad Media, cuando ejerció su poder político y económico. La Iglesia Católica fue un importante mecenas de las artes y la cultura, construyendo iglesias, monasterios y catedrales que se convirtieron en centros de aprendizaje y cultura. Durante este período, la Iglesia Católica también experimentó un gran crecimiento en su influencia y poder, lo que le permitió desempeñar un papel importante en la sociedad europea.
Sobre lo que piensan algunos de la riqueza de la Iglesia y de su destino, creo de manera general, que el comportamiento de las personas e Instituciones frente al qué hacer con su riqueza sólo depende de quién la posee y de quién la recibe. Así, la riqueza puede servir para lo mismo que les sirve a muchas personas los cinco sentidos: Qué oyen, pero no escuchan. Qué miran, pero no ven. Qué tocan, pero no sienten. Qué hablan, pero que nadie les entiende. Es decir, ¡no sirve para nada!
A las Instituciones, como a las personas, mejor se les debe juzgar por lo que hacen y no por lo que podrían hacer. Al fin de cuentas, nadie está obligado a dar lo que no tiene o no quiere dar, pero sí debemos exigir que no hagan daño con lo poco o mucho que dan o hacen. Alguien dijo y estoy de acuerdo: "No pregunte que hacen los demás por usted. Mejor pregúntese, ¿qué está haciendo usted por los demás o para que las cosas cambien o sean mejor?" Otro dijo y también estoy de acuerdo: "Es mejor enseñar a pescar, que regalar pescados." Y el que más me gusta: "¡Cúrate de la envidia y se acabarán tus enfermedades!"
La Participación Ciudadana, más Inteligente, más Inclusiva y más y mejor Informada, es el camino del siglo XXI, que nos invita a cambiar nuestra actitud de ignorancia o indiferencia, frente a lo que ocurre a nuestro alrededor y en el mundo, porque nada es inocuo ni inofensivo. La corrupción, el abuso del poder y la ineficiencia en la gestión y la fiscalización pública, son las peores plagas de la sociedad, principales causantes del desvío de los recursos de los países y la injusticia social. Ahí es donde debemos concentrar nuestra atención para erradicar esas plagas, que crecen en ambición y desvergüenza.
Durante la pandemia en Chile, por ejemplo, el gobierno de turno entregó mercaderías y una remuneración mensual para todos los ciudadanos, que la mayoría utilizó en gastarla en cosas superfluas o innecesarios lujos. Fue una ayuda que llegó a muchas personas que no la necesitaban, en detrimento de quienes sí la necesitaban. Personas que no tenían dificultades económicas ni riesgos de perder su empleo, como los cientos de miles de empleados públicos, que recibieron las ayudas y remuneraciones y no aceptaron la súplica de reintegrarlas. Su negativa sirvió para elevar el costo de vida que a todos afectó y que todavía no se revierte, a pesar de haberse controlado y superado la pandemia.
Lo más grave de lo que pasa a este gobierno, no es que los anteriores no hubieran incurrido en casos de corrupción, abuso de poder e ineficiencia en la gestión y la fiscalización pública. Sino, que fundaron su campaña en la probidad y la idoneidad. Dijeron tener los más altos estándares de moral, comportamiento ético y calidad de gestión que quienes les antecedieron... Pero, lamentablemente resultaron ser la peor clase política de la historia de Chile. Para ellos, fue suficiente una sola oportunidad para ingresar al Estado, saquear las arcas y superar con creces todas las malas prácticas de una clase política que habían condenado. Al extremo de robarse hasta las ayudas sociales que ellos mismos pedían dizque para los más vulnerables. Nunca dieron tregua a quienes gobernaron, obstruyendo su labor con sus "ejércitos de inconformes", que paradójicamente, hoy que las cosas van peor en el país, de esos "ejércitos" nadie sabe dónde están. -Rubén Solano
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