Desde hace algún tiempo venía contemplando la idea de hacerle un homenaje a mis padres como una manera de expresar mi eterno amor y gratitud por todo lo que hicieron por mí y muy especialmente, por el ejemplo de vida que dejaron para nosotros sus hijos, yernos, nietos y sobrinos, con los cuales cultivaron una bonita relación que se prolongó en el tiempo más allá de su muerte y que a pesar de su traslado de residencia de Colombia a la República del Ecuador, un país encantador convertido en su segunda patria, fuimos una y otra vez de vacaciones en busca de su amor y grata compañía.
También deseo compartir este humilde homenaje con quienes les conocieron, fueron sus amigos, compañeros y colaboradores en sus trabajos y emprendimientos; y que hoy, después de más de veinte años de su fallecimiento, los siguen recordando con un sentimiento tan especial, que llega a conmoverme y hacerme sentir en deuda con todos, por la imposibilidad de igualar la que imagino, hubiera sido la reacción de mis padres a sus muestras de cariño, ya que eran unos eternos agradecidos de todo lo que recibían, veían, escuchaban, olfateaban, degustaban y tocaban. Siempre admiré esa actitud de mis padres frente a la vida y a las personas que les rodeaban. A mi madre mucho más, porque para ella no existían personas malas en este mundo, donde difícilmente me he sentido seguro y confiado.
Mi madre era como un ángel, que se angustiaba y sentía responsable de tener que hacer algo frente a lo malo que sucedía. Pienso, que de no ser por el consejo de mi padre nuestra casa, hubiera sido una "posada" en donde cualquier persona podía tocar la puerta, entrar y quedarse. Así fue como en nuestra casa en Colombia compartimos con familiares y amigos, y amigos de los familiares y de los amigos, todas personas muy diferentes, que llegaron por razones de trabajo, estudio o vacaciones. Claro que mi padre no era indiferente a estos allegados y con su alegría y forma de ser fue como un "retenedor" de corazones al que siempre regresaban quienes le conocían.
En el Ecuador la casa se convirtió rápidamente en una especie de "consulado" de Colombia, un lugar al que llegaban personas que huían de la violencia y el desempleo y a los que cariño y un plato de comida nos les faltaba.
Había una especie de magia en aquella relación de mis padres con estos visitantes, porque nunca se conoció ninguna clase de abuso de parte de quienes llegaron. Todos gente buena que siempre mantuvieron una relación de gratitud y cariño hacia mis padres.
Aquí, quiero hacer un paréntesis, para recordar los paseos al aire libre que realizaban mis padres algunos fines de semana y en las infaltables vacaciones cada año del 1 al 6 de enero a la orilla de un río mientras vivieron en Colombia y en las playas del Pacífico cuando vivieron en el Ecuador. Fueron paseos y vacaciones a las que siempre se unía una "caravana" de familiares, amigos y colaboradores, que parecían gitanos "invadiendo" los espacios públicos con carpas y todo lo necesario para pasar unas opiparas e inolvidables vacaciones. ¡Como gitanos! Bien digo, porque mi padre antes de partir montaba al auto desde el refrigador hasta el equipo de sonido porque para eso tenía una planta de energía. Todo arriba del auto coronado con una silla mecedora para "mi'jita", que era como le decía a mí madre, porque ella era la reina, su centro y "cable a tierra".... Con los años, cuando veía la serie televisiva "Los Beverly Ricos", me reía viendo en la introducción de cada capítulo, el auto con todos los enseres arriba y la silla mecedora sobre la carga, con la abuela sentada en ella. Así eran los paseos de mis padres y la "caravana" que los seguía. El 6 de enero sin falta, las vacaciones terminaban y todos asistían a la Misa de Reyes, para agradecer a Dios y celebrar un aniversario más del día de su matrimonio.
¡Tantos años viajando y paseando en esta forma y pensar que jamás hubo un conflicto, ni nada que lamentar! Hoy, que vienen a mi mente todos aquellos momentos sólo recuerdo las risas que invadían el ambiente con los juegos y los cuentos, y el aroma de las ricas comidas que se servían. Porque eso sí, había una condición para hacer aquellos paseos: primero había que contratar y pagar una persona que se hiciera cargo de la cocina, aunque finalmente todos colaboraban y quien estaba a cargo de la preparación de los alimentos, terminaba en medio de la fiesta como una invitada o invitado más. Cierro paréntesis.
Si bien es cierto, estos paseos fortalecían las relaciones personales, había algo mucho más especial que las hacía perdurables en el tiempo y era la alegría y la "chispa" de mi padre, que tenía un chiste o una talla a "flor de labio" para cada ocasión. Este talento era también la causa de su intensa vida social, que hicieron que ellos siempre fueran invitados a cuanta reunión se hacía dentro de su círculo de amistades y conocidos. Curiosamente ninguno de los hijos heredó ese talento, aunque sí sus nietos y hay que verlos juntos.
De todas maneras, contar chistes no era su único talento, pero era el que sobresalía, porque también era muy bueno para contar historias y escribir. Me asombraba su capacidad para sentarse a escribir sin pausa y sin dejar borrones, ni destruir papel en una época en donde aún no se conocía la tecnología, ni las herramientas digitales que hoy existen. En Colombia escribía para el boletín del sindicato de la empresa donde se jubiló y en el Ecuador para la familia que quedó en su tierra natal.
Curiosamente, mi padre nunca se interesó por escribir un libro con su biografía o con las historias y cuentos que contaba. Hubiera sido genial que hubiera dejado algo escrito. Es por eso que también me motivé a escribir estas páginas para honrarlo y dejarlas en manos de quienes les conocieron y quisieron. Tampoco tengo más registro, que lo que guarda mi frágil memoria de sus chistes, lo cual me entristece y avergüenza, porque no entiendo cómo puede ser tan descuidado e ingrato con ellos en éste y en otros sentidos. Y para remediar en parte este descuido, se me ocurrió terminar este relato de recuerdos compartiendo una simpática anécdota familiar que tuvimos de jóvenes en Colombia:
El novio y actual esposo de una de mis hermanas, la visitaba todas las noches. No hubo día que faltara. Mi padre decía que ya había gastado tres muebles, más de diez años de noviazgo no es poco. Al terminar la visita siempre se despedía en voz alta desde la puerta que da a la calle. Un día se fue pasada la media noche, más tarde que de costumbre. Ya mi padre y todos los demás estábamos acostados. De pronto escuchamos la despedida de mi cuñado en la puerta: "¡Hasta mañana!" a lo que mi padre respondió desde la cama: "¡¿Es que no va a venir hoy?!" ... Y se escuchó una risa en coro a carcajadas en toda la casa de quienes ya estábamos acostados. Es muy gracioso vernos después de tantos años y reír, cada vez que recordamos esa anécdota.
¿Cómo olvidar los fines de semana en casa de mis padres? El sábado llegaban los novios de mis hermanas, hoy sus esposos. -No me explico, cómo han hecho mis cuñados para soportarlas tantos años? Jajaja! Es broma, mis hermanas y sus hogares, son una hermosa copia del hogar de mis padres. Doy gracias a Dios por tenerlas siempre presentes a pesar de la distancia que nos separa.- Decía que las visitas del fin de semana eran más para mis padres que para mis hermanas. Mis cuñados mantuvieron una estrecha y envidiable relación con mis padres hasta el último de sus días. Los sábados, nos sentábamos todos en un patio techado, para conversar y ver algún programa de TV. Recuerdo "Sábados Felices", un programa de humor, que dejaba "material" a mi padre para seguir la conversa, hacer la talla y contar sus cuentos..
Son muchos los recuerdos que tengo y estoy seguro que quienes leerán este escrito tiene más y extrañarán no leer muchos de ellos. Me encantaría cerrar esta memoria escrita, contandoles algunos "chistes" como dicen en Colombia o "cachos", como dicen los ecuatorianos, pero comprenderán que no es lo mismo leerlos que escucharlos de la voz de mi padre y verlo reir con esa risa contagiosa, siempre al lado de mi madre, que sonreía y movía su cabeza de lado a lado, como preguntándose una y otra vez: ¿de dónde sacará tanto cuento mi marido?
Don Joaquín y doña Ligia, fueron una linda pareja, un matrimonio que construyó un hogar sin riquezas ni herencias que nunca aceptaron, porque las consideraban la causa de la infelicidad y la destrucción de muchas familias. Por eso, aprendimos a vivir con lo que teníamos, sin ambicionar, ni envidiar a nadie. Sólo alegrarnos con el éxito, producto del esfuerzo y el trabajo de cada uno. La solidaridad y el trabajo cooperativo fueron esenciales para vivir y sobrevivir en paz y armonía en las comunidades que nos han acogido. Luchando, tal vez sin aspaviento, en una sociedad donde los adultos parece que abandonamos los valores que nos permiten vivir mejor y que sin ellos, no nos damos cuenta que abandonamos nuestros semejantes y a las nuevas generaciones.
Mis padres no fueron perfectos. Tampoco vivieron sin traumas, ni conflictos. Pero, aprendieron a vivir el uno para el otro y para los demás. Sin más pretensiones que vivir con amor. Aceptando la Ley de la Compensación como la encargada de proveer y mantener el equilibrio de sus vidas y las de quienes les rodeamos, en medio de un mundo de injusticias.
Mis padres fallecieron. Mi madre víctima de un injusto y trágico accidente. Mi padre, de pena moral, practicamente el mismo día que falleció mi madre. Nunca pudo superar su partida. Su alegría, sus risas, su chispa y su encanto se fueron con ella.
Mis padres ya no están y sólo pido a Dios, que me ilumine y guíe para seguir el camino de ellos. -Rubén Solano
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