En el fondo de mi corazón me
siento feliz porque en Colombia nace una nueva esperanza de paz. Pero, como
ciudadano que nació y ha vivido en medio del conflicto, tengo derecho a dudar
de sus resultados y de las buenas intenciones de las partes. Son más de 60 años
de enfrentamientos, en donde los protagonistas se han dado con todo, porque nunca
han tenido reglas. Se ha utilizado toda clase de armamento. Se ha tenido, se ha
pedido y se ha recibido todo tipo de ayudas para lograr el sometimiento de una
parte a la otra. Los enfrentamientos se han dado en cualquier lugar del país y
aún del exterior. Nunca se han respetado las treguas y en medio de los combates
ha caído mucha gente. No sé cuántos miles y no sé, si quiero saberlo, porque ha
muerto mucha gente inocente, niños, ancianos, enfermos y discapacitados.
Creo que en Colombia nadie ha
escapado a las consecuencias de los enfrentamientos. Todos los colombianos y
los extranjeros residentes allí, han perdido al menos a alguien muy cercano y pueden
contar más de una anécdota de lo que ha significado para ellos vivir en medio de
este conflicto, que como lo he dicho, lleva más de 60 años sin que haya demostrado para
nadie por una sola vez al menos, que sea un buen camino para solucionar las
diferencias que dicen tener.
En Colombia se vive con fe y esperanza
y se sobrevive de milagro. No deseo contar cómo se inició esta “pelea”, porque sería
una falta de respeto para quienes se han dedicado a estudiar el fenómeno, acumulando
información y llevando las estadísticas de los muertos, los enfrentamientos,
los atentados, los secuestros, los desplazados, los autoexiliados, los daños a
la propiedad pública y privada, y una cantidad de etcéteras. Además, siempre he
creído que, por la cantidad de años que llevan los enfrentamientos, para cada
persona la historia del conflicto es diferente y parte de manera distinta. La mirada
que se puede tener de él, por lo tanto es variable porque depende de las vivencias
personales de cada uno. Lo cierto es que hoy todos somos igualmente víctimas y parte
del conflicto. Estamos adentro de manera voluntaria o involuntaria. Las
personas sensatas, que somos la inmensa mayoría de colombianos, no tenemos simpatía
por uno u otro bando. Solo hay más o menos odio por uno de ellos. Generalmente,
el mayor odio se recarga hacia el bando que más nos ha hecho llorar o sufrir y
desde esta perspectiva, aunque nadie justifica los ataques violentos, sí queremos
comprender las acciones de represalia que se toman desde nuestra vereda.
A lo anteriormente expuesto hay
que agregar, que ideológicamente la lucha armada en Colombia también ha tenido
muchas mutaciones que se han mezclado y entrelazado, haciendo aún más difícil su
comprensión. Sí está claro, que son demasiados intereses, tanto internos como
externos, que han metido y continúan metiendo mano al conflicto, atraídos por la cantidad de dinero que se
mueve con él y con el cual no solamente se ha podido comprar armamento, sino
conciencias. El dinero de esta guerra ha contaminado y corrompido todas las
esferas políticas y sociales del país. Por lo mismo, es muy difícil creer en
las buenas intenciones de quienes se atreven a levantar su voz promoviendo un
cambio social que traerá la paz y una mejor calidad de vida para los
colombianos.
Mi conclusión es que son las
acciones unilaterales y no las palabras, ni los acuerdos, las que devolverán la
paz a Colombia. Ni siquiera los países garantes ni acompañantes mencionados, tienen
la autoridad moral ni la capacidad para generar la confianza que necesita un proceso
de paz definitiva…
Cuando un día, de manera
desprevenida, mire hacia atrás y pueda constatar con sorpresa y admiración que
no se escuchan más ruidos de bombas ni disparos. Cuando sepa que no hay ninguna
persona secuestrada en Colombia. Cuando en los noticieros ya no se vean las
madres llorando porque sus niños de 15 y 12 años han sido raptados y obligados
a formar parte del “ejército del pueblo”. Cuando abra mi Facebook y vea las
fotos de mis hijos y mis nietos acampando con sus familias y sus amigos en
cualesquiera de los hermosos rincones de mi país,… Entonces sí, en silencio para
no llamar la atención, comenzaré a contar y a marcar en el calendario los días
que Colombia vive sin conflicto, hasta perder la cuenta y olvidarme un día de seguir
marcando, porque en mi país se volvió una costumbre vivir y dormir en paz!...Viva
Colombia. Viva mi gente!
====+
Llegué a Chile un frío día de
invierno en busca de un mejor futuro y un espacio más tranquilo para mí y para mi
familia… Han pasado muchos años y un día también me olvidé de seguir contando
los que transcurrían lejos de mi tierra, de mi familia, de mis amigos y de mis
costumbres...Es que el amor a la patria es infinito y tierno como el amor que siento por mi madre... Confieso que todavía me cuesta dormir y sufro pesadillas. La angustia permanente y el temor de
un ataque no se van de mi mente, pero reconozco que en Chile he conocido y
experimento a diario la paz que deseo y sueño para mi Colombia!
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